jueves, 11 de febrero de 2010

EL REY Y LOS ZAPATEROS













Este era un rey muy querido en toda su comarca.

Como pocos gobernantes, era querido por ricos y pobres, y no necesitaba de escolta ni guardias de seguridad.

Tampoco su castillo tenía protecciones de agua, puentes levadizos ni muros de protección.


El monarca salía todos los domingos al mercado del pueblo y compartía con todos loa aldeanos muy amigablemente.

Pero tenía un pequeño gran problema, cada vez que salía de paseo, se rompía los pies y le quedaban sangrando con muchas heridas, ya que el camino estaba construido sobra base de roca, y en múltiples partes eran filosas y tenían aristas pequeñas que rompían sus pies.


Decidió juntar a todos los zapateros de la comarca, y les propuso que ensuelaran el camino al pueblo, de tal manera que al caminar sobre una suela muy gruesa, sus pies no sufrieran.

Los zapateros accedieron gustosos, sabiendo que era un trabajo de chino, pero como querían mucho a su rey, le dieron en el gusto.


Se demoraron mucho tiempo en concluir el camino de suela, cuando estuvo terminado el rey estaba fascinado con el resultado, tanto así que iba varias veces a la semana al pueblo y estaba muy feliz.

Pero como la ley de las satisfacciones dice que “Las curva de satisfacciones del ser humano tiende a infinito”, le surgió la idea de hacer otros caminos para visitar las comarcas vecinas. Los zapateros trabajaron varios años para dar gusto a los caprichos de su amado rey.


Un buen día, un maestro Zen que venía de vuelta de su peregrinaje en las montañas, pasó a saludar al rey y éste le ofreció hospedaje. El maestro aceptó gustoso la invitación y se quedó varios días disfrutando de las atenciones del rey. Cuando llegó el momento de la partida, se fue a despedir del monarca, y éste muy orgulloso le mostró su obra desde las ventanas de su alcoba real.


Cuando el maestro Zen vio los caminos interminables y perfectamente ensuelados, estalló en carcajadas de risa, y no paraba de gritar y llorar de la risa. El rey indignado le preguntó por qué se reía, y el maestro le dijo: “porque usted es un estúpido”. El rey se indignó y lo mandó detener y encarcelar porque había insultado a su majestad, y además muy mal agradecido, sin embargo el maestro no paraba de reír.

Cuando se lo llevan amarrado, el rey le dijo a sus guardias ¡alto, deténganse!, y le preguntó al maestro por qué se reía tanto.


El maestro lo miró fijo a los ojos y le dijo:

“Usted es un tonto”, bastaba con que se hubiera puesto suela en la planta de los pies y habría tenido su problema resuelto.

“La curación a nuestros males está en sanarse uno mismo y no tratar de sanar a los demás”

El rey lo nombró su consejero real.

Gracia


Acepto con gratitud cada bendición de la gracia de Dios.

Al saber que la gracia de Dios me apoya todo el tiempo, estoy alerta a las oportunidades que enriquecen mi vida. No sólo reconozco el bien, sino que lo atraigo. Al aceptar todo lo que me bendice y al bendecir a los demás, no fijo límites a mis capacidades. Tengo el valor de hacer lo que puede haber parecido imposible en el pasado.

Al actuar y hablar partiendo de la inspiración del Espíritu, hago lo mejor que puedo. Acepto la gracia de Dios y ofrezco confianza en mi trato con otros. Demuestro consideración y compasión y reconozco con agradecimiento estas mismas cualidades en los demás. Gracias a la oración, estoy inmerso en la comprensión divina.

Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, … abundéis para toda buena obra. —2 Corintios 9:8


DIOS, EL SALVADOR DE MI ALMA

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